De tesón, sueños y elefantes blancos

Por Stefanía Tomalino
De Nuestra Redacción

La Estación Terminal de Transporte de Alta Gracia (Ettag) fue inaugurada oficialmente el 24 de septiembre de 1998, coincidiendo deliberadamente con la fecha de la Fiesta patronal de la ciudad. En pocos días, se cumplirán 20 años de aquel abrazo fraternal que se dieron Ramón Bautista Mestre -Gobernador de Córdoba- y Audino Vagni -Intendente de Alta Gracia- el día de la apertura, cumpliendo un sueño largamente alimentado.

Por aquellos días, los funcionarios se sorprendían con los dispositivos electrónicos que activaban el agua de los mingitorios. Años después, los vecinos de la zona protestarían por las aguas servidas que salían de los baños del edificio. Los pocos comerciantes que se aventuraron tomando las riendas del mini bar, fracasaron con rotundo éxito y jamás se logró que supermercadista alguno se interesara por el espacio que se le había reservado, y el amplio salón terminó albergando motocicletas secuestradas por los inspectores municipales. 

El gran día
La cinta de inauguración fue cortada por Ramón Mestre, AudinoVagni, Guillermo Irós, Jorge Nahal y el Padre Domingo Viera. Aquel día, la Ettag estaba en pleno funcionamiento en lo que respectaba al transporte de pasajeros, sin embargo la gama de servicios que estaban previstos, debería esperar a que se entregara la concesión a un privado, que estaría encargado de explotar comercialmente los locales y hacerse cargo del mantenimiento y las mejoras de la estación. 

El gobernador de Córdoba, Ramón Mestre, aterrizó para estar presente en la gran fiesta de inauguración y, junto al Intendente local, se robó la atención de las casi tres mil personas que se dieron cita en la costanera del arroyo. La presencia del mandatario provincial y la placa que destacaba su nombre en el flamante edificio, fue interpretada por algunos como un regalo de campaña electoral, ya que la obra, según había destacado Vagni en reiteradas oportunidades, fue ejecutada con presupuesto y mano de obra municipal, sin necesidad de crédito ni ayuda externa alguna.

Los olvidados
Unos días después de aquel acto, el Partido Justicialista de Alta Gracia, emitió un comunicado firmado por Miguel Ferrari y Carmen Cordella, destacando que durante la inauguración “se omitió -creemos involuntariamente- mencionar la gestión del intendente Julio Barrientos. Como justicialistas tenemos la obligación de recordar que parte de la realización de la edificación fue realizada durante la gestión de quien fuera Intendente hasta 1997”. Rápido de reflejos, Vagni arremetió contra estas declaraciones argumentando que “nadie explicó por qué la obra estuvo parada casi siete años”. 

Concesión y explotación
El 17 de febrero de 1999, se concretó finalmente el traspaso de la Estación Terminal de Transporte de Alta Gracia a la empresa Satag, ganadora de la licitación instrumentada para adjudicarla. Para los vecinos de la zona, esto abría la posibilidad de que la terminal comenzara a ofrecer los servicios básicos con los que aún no contaba. Mientras, el intendente Vagni comparaba el traspaso de la Ettag a sus flamantes concesionarios como el hecho de entregar a su hija en matrimonio, metáfora que daba cuenta de la importancia que esta obra tenía para el primer mandatario local. 

Mediante el traspaso, la Satag explotaría comercialmente la Ettag durante cinco años, pudiendo optar por renovar la concesión por otro periodo idéntico. La empresa debía pagar un canon de 2.000 pesos mensuales al municipio, pudiendo subalquilar los locales comerciales de la estación. Por aquellos días, el titular de la empresa, Jorge Bogdan, anunciaba que esperaba que el empresario Miguel Ángel Becerra “nos acompañe en este emprendimiento. El señor Becerra es un fiel exponente de la ciudad, por lo que vamos a hacer todo lo posible para que nos acompañe en este emprendimiento”, decía un esperanzado Bogdan a Nuevo Sumario. El sueño nunca se concretó.

La concesión terminó en un fracaso rotundo. En 2001, durante la Intendencia de Nolberto Gutiérrez, el gobierno municipal comenzó a evaluar la situación de la Ettag debido a la deuda que la empresa Satag mantenía con el municipio por el pago del canon establecido. A esto, se sumaba además el incumplimiento en la prestación de servicios y mantenimiento y la gran cantidad de locales comerciales vacíos, algunos de los cuales nunca entraron en funcionamiento. 

Las autoridades locales, pretendían agotar todas las instancias para que la empresa salde la deuda, evitando así la anulación de la concesión. Sin embargo, en septiembre de 2003, cumplidos ya los cinco años, la caótica situación a la que llegó la Ettag desembocó en una decisión largamente esperada: la restitución de la misma a manos del municipio, a través de un decreto del Ejecutivo.

Ubicación, la clave del fracaso
La Estación Terminal de Transporte de Alta Gracia se ubicó en el extremo oeste de la ciudad, en el punto exactamente contrario al ingreso de la misma. Para llegar a ella, los servicios de transporte deben atravesar Alta Gracia, de una punta a la otra, sometiéndose, por ejemplo, a las demoras por la alta circulación de vehículos. De hecho, hasta la terminal sólo llegan aquellos coches que tienen su destino final de servicio en la ciudad, mientras que los que hacen escalas solamente, tienen sus paradas en “El Crucero”.

Por aquellos años, Vagni explicaba que el sitio elegido apuntaba a desarrollar la ciudad hacia el oeste “para que el arroyo no sea más la espalda de la ciudad, sino que cumpla un rol integrador”, avizorando un desarrollo urbano que comenzó a llegar mucho tiempo después, de la mano de servicios antes que de la terminal.

Lo cierto es que la ubicación de la Ettag trajo más dolores de cabeza que beneficios y sólo sirvió para brindarle a la Satag un enclave estratégico, condicionado a sus competidores en el mercado del transporte. 

20 años pasaron, y aquel sueño de AudinoVagni–uno de los intendentes con más claridad a la hora de definir un  proyecto de ciudad- quedó trunco. La Ettag se convirtió en un elefante blanco (*) de la gestión del intendente radical.

Con el paso de los años, ningún candidato a intendente creyó posible cobrar un canon por ella, apenas se conformaron con que el mantenimiento no resulte demasiado caro. El también radical Mario Bonfigli estuvo a punto de venderla, y como él, también Walter Saieg pensó en erigir una nueva, en otra ubicación.

 

(*) Los elefantes albinos o blancos, como también se los conoce, se caracterizan por presentar piel y ojos de color gris claro, a diferencia de los elefantes normales, de pigmentación gris oscura, y en algunos casos un ligero tinte marrón. Su presencia se halla circunscripta casi con exclusividad al área geográfica correspondiente a los territorios de Burma y Tailandia, en Asia Meridional. La extraña apariencia y escaso número de estos mamíferos vegetarianos dieron origen, hace ya varios siglos, y en el Reino de Siam (hoy Tailandia, con capital Banckok) a una antigua tradición que consideraba a los elefantes albinos propiedad del emperador, quien aún hoy ostenta el título de “Señor de los Elefantes blancos”. Sólo él podía montarlos y hacerlos trabajar y, debido a esta prerrogativa, solía regalarlos como castigo a cortesanos que habían perdido su favor. El extremo cuidado y el costoso mantenimiento de estas bestias, consideradas sagradas y de las que, en consecuencia, no se podía extraer ningún provecho, terminaban por arruinar a quien las había recibido. Este es el origen de la expresión “elefante blanco”, utilizada para identificar posesiones inútiles, caras y de las cuales nos es difícil desprendernos.