El neoliberalismo estancado se enfermó de Covid

ECONOMÍA.

Opinión 14 de diciembre de 2020 Diario Sumario

LAS CONSECUENCIAS DE LA PANDEMIA SOBRE EL SISTEMA GLOBAL / Gran contracción de la economía en la mayoría de los países, paralización de ramas enteras de actividades de servicio, notorio incremento del desempleo. Los datos son tan evidentes como el hecho de que aquellos países que mantienen un estado de bienestar en funcionamiento, o poseen capacidades de intervención y regulación mayores sobre la vida pública, tienen mayor posibilidad de minimizar el impacto negativo de la pandemia. Sin embargo, el tiempo de duración del evento, relativamente breve en términos históricos, lleva a mirar con escepticismo la posibilidad de que se produzcan cambios significativos a nivel del sistema hegemónico mundial: es un período que no se caracteriza por la solidaridad y la cooperación internacional, sino por una competencia exacerbada entre los grandes centros económicos y políticos por la imagen y el prestigio en relación con el manejo de la crisis y los logros sanitarios, incluida la vacuna.

 

Mucho se ha escrito acerca de esta pandemia y las consecuencias que podría tener sobre el sistema global. Buena parte de esas páginas son especulaciones, más o menos ingeniosas, basadas en exagerar algún rasgo de la situación. Pero es muy difícil –no para una persona, sino para un gran equipo de especialistas en las más diversas disciplinas– hacer una proyección de un sistema tan complejo como el del entramado mundial, con todas sus dimensiones políticas, económicas, culturales y comunicacionales.

Desde la economía política observamos los datos presentes, que muestran una gran contracción de la actividad económica en la mayoría de los países, con paralización de ramas enteras de actividades de servicio, y muy fuerte incremento del desempleo. También nos parece bastante evidente que aquellos países que mantienen un estado de bienestar en funcionamiento, o poseen capacidades de intervención y regulación mayores sobre la vida pública, tienen mayor posibilidad de minimizar el impacto negativo de la pandemia.

La contracción de la economía se produce tanto por factores políticos, vinculados a la prevención de la posibilidad de miles de muertes, como por el propio impacto de la enfermedad, que derrumba ciertas actividades y satura otras, como los servicios de salud o las telecomunicaciones.

Si bien no contamos con información suficiente para conocer los impactos sobre la subjetividad y los futuros comportamientos de la población, el tiempo de duración del evento, relativamente breve en términos históricos–entre comienzos de 2020 y algún momento de 2021–, nos hace ser escépticos sobre la posibilidad de cambios significativos a nivel del sistema hegemónico mundial. Es un período que no se caracteriza por la solidaridad y la cooperación internacional, sino por una competencia exacerbada entre los grandes centros económicos y políticos por la imagen y el prestigio en relación con el manejo de la crisis y los logros sanitarios, incluida la vacuna.

 

El Estado

El Estado, en todo el planeta, ha ampliado masivamente el gasto público para rescatar la economía, evitar un colapso empresario y, en algunos casos donde hay gobiernos más sensibles, cuidar a la población. Este viraje ha sido aprobado por muchos economistas e ideólogos que representan la ortodoxia económica, y también por organismos financieros internacionales que tradicionalmente recomiendan achicar el Estado, como el propio Fondo Monetario Internacional (FMI).

Pero eso ha llevado a numerosas confusiones. La publicación del establishment financiero internacional The Economist ha aceptado la necesidad de expandir el Estado… provisoriamente. El argumento que ha sostenido es que tan importante como entender que ahora hay que expandirlo es la discusión sobre cómo volverlo a su tamaño anterior.

Lo que estamos presenciando es una respuesta totalmente normal dentro de los marcos del neoliberalismo que viene gobernando el mundo desde los años ochenta del siglo pasado. El Estado sale a salvar la economía, especialmente a las empresas, y después vuelve a dejarles el lugar para que continúen en los negocios, como siempre. Esto ya ocurrió, en una escala menor, en la reciente crisis financiera de 2008, donde gobiernos neoliberales salieron apresuradamente a contener la caída de las grandes entidades financieras en todo el planeta, dejando librados a su suerte a millones de personas que luego perdieron sus viviendas.

Lo notable es que, al salir a salvar “la economía”, los Estados se endeudan para obtener más recursos. ¿Con quién? Con los bancos y grandes fondos de inversión.

En el caso argentino, ese crédito con el sector financiero internacional está por ahora cortado por la crisis de endeudamiento legada por el macrismo, y tampoco están disponibles los fondos del FMI, dado el colapso en la relación provocado por la gestión de Cambiemos. Para nuestro Estado, los caminos que quedan son emitir dinero para inyectar en las áreas más desprotegidas de la economía, tomar más fondos prestados del mercado local o recaudar más impuestos de los sectores pudientes. Sería ponerse al día con una tarea largamente postergada de reforma tributaria que daría respuesta a necesidades permanentes de fondos para el desarrollo.

Lo que intentamos remarcar es que no se debe interpretar que cualquier ampliación del Estado es un avance que expresa un criterio social aceptado en forma permanente o un viraje sólido hacia una sociedad más solidaria, sino una “excepción” frente a una grave emergencia. Producir un vuelco en las prioridades mundiales no es, precisamente, la voluntad de los actores económicos más poderosos del sistema, que pretenden retomar el rumbo que la globalización neoliberal tenía antes de los tiempos de covid.

Es más: dada la forma en que se está tratando de contener la pandemia, mientras diversos sectores productivos están paralizados o muy menguados en su actividad, el sector financiero en todo el planeta sigue ganando dinero, ya que la contabilidad de los intereses de las deudas y su acumulación no se detuvieron ante la disrupción sanitaria, como sí lo tuvo que hacer obligadamente el sector real de la economía.

Un dato impresionante es que las acciones y otros activos financieros en las principales bolsas del mundo, luego de sufrir un fuerte impacto inicial, han recuperado completamente su valor prepandemia, aunque la economía real, que es donde se produce la riqueza que sostiene la vida y la economía, está en estado de fuerte contracción.

Las finanzas globales, que hace ya tiempo transcurren por un andarivel de “éxitos” separado de la realidad productiva mundial, han profundizado aún más una situación que no es sostenible en el largo plazo. Los papeles que “representan” la realidad no pueden vivir en la euforia, mientras la realidad es atravesada por la depresión. Se sabe que este mecanismo funciona mal, pero no existe voluntad política en las grandes potencias para repararlo. Probablemente porque los principales actores gubernamentales estén sometidos a una fuerte influencia política e intelectual de los lobbies financieros locales.

La pandemia, por sí sola, no garantiza que el mayor grado de intervención estatal actual en la economía se transforme en una mayor responsabilidad social permanente del sector público, ni en una ampliación de las actividades que, por ser prioritarias, se sustraen a las finalidades del lucro. La continuidad de un rol más activo del Estado, más comprometido con la sociedad, más dispuesto a utilizar su poder para conducir la economía en una dirección socialmente aceptable, será producto de lo que las fuerzas políticas y las organizaciones sociales sean capaces de imponer en la configuración de las políticas públicas en los próximos tiempos.

 

Problemas de fondo que se agudizaron por la pandemia

El capitalismo global viene arrastrando una serie de problemas, que llevaron a la crisis de 2008 –la crisis de las hipotecas, o de la estafa de las hipotecas, en Estados Unidos–, crisis que a su vez lanzó a la economía mundial un peldaño más abajo en producción y bienestar social. Las burbujas financieras –o sea, los transitorios momentos de gran alza de los valores de los activos financieros– pasaron a constituir una forma sistemática de funcionamiento los últimos cuarenta años, generando ciertos períodos de crecimiento económico, basados en impulsos que al tiempo se develan irreales, causando entonces una crisis que marca la vuelta a la realidad.

Esta forma de globalización neoliberal tiene la característica muy marcada de concentrar la riqueza a nivel mundial, y de reducir la demanda por parte de las mayorías, en relación con la gran capacidad de oferta del aparato productivo mundial.

Ambos aspectos se están profundizando durante la pandemia.

Mientras un grupo de grandes corporaciones transnacionales está acumulando ganancias impresionantes, franjas enteras de la población de los países más ricos ven sus ingresos disminuir hasta niveles ínfimos. La demanda ha caído abruptamente, y sin las ayudas estatales miles de empresas irían a la quiebra. La situación de numerosas economías cuyos Estados debieron hacer rescates masivos, tomando importantes compromisos financieros, preanuncia una ola de graves dificultades en sus deudas externas, dado el derrumbe de sus ingresos fiscales y de su comercio exterior.

Cuando estén las vacunas y se vayan distribuyendo globalmente, se eliminará la necesidad de detener determinadas actividades con alto grado de poder de contagio, pero los efectos contractivos de la pandemia estarán visibles en todas las regiones del planeta.

Dada la estructura capitalista mundial, y las previsibles reacciones de los países centrales, seguramente presenciaremos una fuerte competencia entre naciones por los mercados y por captar la demanda de los demás hacia su propia producción local.

El escenario no será cooperativo, y pondrá a prueba las capacidades nacionales para moverse en un contexto tan difícil. Estados Unidos, durante la presidencia de Donald Trump, ha abandonado un presunto rol de liderazgo global, concentrando su gran poder en tomar medidas unilaterales a su favor. Por lo tanto, este episodio pandémico fue abordado sin ningún tipo de coordinación cooperativa entre países, como sí lo fue la crisis de 2008, en la que se convocó al G-20 para coordinar acciones entre grandes potencias. Al contrario. En el punto culminante del crecimiento de muertes en Europa, pudieron presenciarse diversos episodios de rapiña de equipos y material sanitario entre diversos países. 

Por otra parte, la nueva guerra fría que ha desatado Estados Unidos ante el avance y la influencia de China llevará a situaciones de tensión. Especialmente nuestra región, ubicada en el “patio trasero” del imperio norteamericano, está sufriendo enormes presiones para alejarse de China. El problema consiste en que la potencia de oriente es hoy el principal socio comercial de América del Sur, y la región no está en condiciones de prescindir de esos intercambios sin sufrir una crisis económica aún más profunda.

La pandemia, en ese sentido, ha agudizado la situación conflictiva USA-China, ya que mientras, Estados Unidos se contraerá este año 7%, la economía del país asiático crecerá un 2%.

Lo ideal sería que América del Sur enfrentara la situación con actitudes cooperativas, profundizando nuestra integración, pero la existencia de gobiernos pronorteamericanos y neoliberales en varios países de nuestra región –el caso más grave, dado su peso regional, es Brasil–debilitó las posibilidades de autoprotección.

 

Las contradicciones internas del neoliberalismo global

Ninguno de los problemas económicos –y ecológicos– que hoy enfrenta la humanidad carece de solución.

Si lo que se busca es que la economía mundial vuelva a funcionar, sería necesario producir un cambio redistributivo que les otorgue mayor poder adquisitivo a los trabajadores/consumidores para que haya demanda efectiva. Y reducir las deudas de los Estados y las empresas productivas en relación con el sector financiero, para que puedan retomar las obras públicas y las inversiones generadoras de nueva riqueza y bienestar social.

Cambios distributivos progresivos y reducciones sustanciales de deudas ya ocurrieron en otros momentos de la historia económica mundial, lo que demuestra que medidas de ese tipo no son fantasías y que pueden ser realizadas. No está allí la traba, sino que reside básicamente en el campo social y político.

Dada la configuración del poder real, con alto predominio de intereses de grupos bancarios e inversión financiera, hay escasas posibilidades de que medidas que estarían al alcance de la mano se concreten, ya que los afectarían directamente. Una reducción de las deudas del mundo perjudicaría a los acreedores financieros. Al mismo tiempo, una mejora de los ingresos de los trabajadores afectaría la rentabilidad empresaria, aunque les daría a las corporaciones la oportunidad de vender mucho más que en la actualidad.

Lo mismo en materia ecológica: ya hay un enorme conocimiento acumulado sobre cuáles son las actividades perjudiciales para el ambiente, y también se cuenta con amplios conocimientos de cómo reemplazarlas por otras que no produzcan daño al ecosistema ni pongan en riesgo la supervivencia de la vida en el planeta.

Sin embargo, ese cambio, que debe ser global porque el clima no se puede fragmentar, requiere de liderazgos políticos convencidos, dispuestos a vencer resistencias e inducir con políticas públicas definidas la reconversión “verde” de la economía mundial. No se puede esperar que un proceso de esas características esté encabezado por las firmas multinacionales, que han prosperado en el contexto de la depredación del planeta, o por gobiernos negadores del cambio climático, como el de Trump, que puso nada menos que a los Estados Unidos de espaldas a la preocupación por el deterioro de la biósfera.

En síntesis: el conflicto de intereses entre la mayoría del planeta, que quiere un horizonte vital aceptable, y los poderes políticos y económicos concentrados, que no ofrecen soluciones reales, está planteado en forma muy marcada, aunque aún no se visualice con claridad.

Lo que es importante es que en todas partes aparecen diversas fuerzas que buscan cambios en el rumbo actual.

Mientras el consenso neoliberal, muy fuerte especialmente durante la década del noventa, se ha ido debilitando, aparecen nuevos espacios políticos y tendencias ideológico-culturales tanto a izquierda como a derecha del mainstream en decadencia.

En tanto las nuevas formaciones de derecha tienden a atacar a la democracia, a los extranjeros y a las nuevas tendencias culturales para seguir sosteniendo al mismo tiempo las premisas económicas neoliberales, son las fuerzas progresistas, de izquierda o nacionales y populares las que encarnan los desafíos reales al sistema.

El final de la pandemia va a mostrar en toda su dimensión esta configuración de fuerzas en todas las regiones, ya que al mismo tiempo que se agudizaron los problemas preexistentes se mostró que la política puede imponerse sobre las pulsiones naturalizadas de las corporaciones en cuanto a que la acumulación tiene que seguir no importa lo que pase.

Se pueden imponer nuevos criterios sociales, a condición de liberar la subjetividad humana de la colonización a la que fue sometida por el neoliberalismo en su momento de auge.

Hoy tenemos una mayor conciencia de la insostenibilidad del actual orden de cosas, de la precariedad de las condiciones en las que estamos viviendo, y de la necesidad de un modelo económico-social que ampare y cuide a las personas y su futuro.

(*)  Economista. Docente e investigador de la UNGS y la UBA.

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