Las dos caras del apocalipsis zombie

PANDEMIA

Edición Impresa 27 de marzo de 2020 Diario Sumario

“El peligro en un apocalipsis zombie es la gente. Porque los zombies no pueden evitar matarte, solo quieren comer carne humana. Pero las personas se aprovechan de la locura, se aprovechan del caos y cometen atrocidades contra los demás. Pero ellas no tienen excusa, saben que está mal. Deberían saberlo”. La cita pertenece a Marie Adler, protagonista de la serie Inconcebible. Una joven, que ha sido víctima de una violación y de numerosos maltratos y abandonos, analiza las actitudes humanas desde la lógica de las películas de zombies. Increíble o no, la lógica de actuación de las personas frente a la pandemia del Coronavirus Covid-19 en algunos casos se corresponde totalmente con el análisis de la humanidad que hace Marie en Inconcebible. Sin lugar a dudas, el denominador común es el miedo, principalmente hacia el otro. Temor al infectado, al diferente, al que viene de otro lado, al desconocido.

Las medidas de la obligatoriedad de realizar una cuarentena de catorce días para las personas que regresan de países considerados de riesgo epidemiológico por circulación libre del Covid-19 y la posterior declaración del aislamiento preventivo obligatorio para la totalidad de la población despertaron diferentes actitudes en la gente. No faltaron quienes, ante la emergencia, decidieron adoptar el papel de policía, como si se tratara de un estado totalmente anárquico y a la deriva. Un anciano que tomó en sus manos un megáfono y desde un balcón en la ciudad de Buenos Aires le gritaba a los transeúntes que estaban siendo controlados fue el más ocurrente y se viralizó por numerosos medios. Pero no fue el único. Numerosas personas decidieron adoptar el rol de jueces y controladores frente a la cuarentena. En algunos casos, esas actitudes llegaron a extremos peligrosos.

En Villa Gessel, ante la avalancha de automovilistas que optaron por ir a la costa a pasar los días de la cuarentena o del fin de semana largo del pasado 24 de marzo, los vecinos se apostaron en los accesos a la ciudad para evitar que ingresaran. En barrio Las Flores de la ciudad de Santa Fe, un matrimonio proveniente de España rompió el aislamiento y fueron denunciados y amedrentados por los vecinos del edificio en el que viven. Luego de ser llevados a realizar análisis para detectar si tienen Covid-19, tuvieron que ingresar escoltados por policías con escudos a su domicilio, para evitar que les arrojaran proyectiles o los golpearan.

El Valle de Paravachasca no estuvo exento de esas expresiones de segregación. En Anisacate, algunos vecinos propusieron organizarse para controlar los ingresos en algunos barrios y evitar que aquellas personas que no viven en la zona, pero tienen casas de fin de semana pasaran la cuarentena en el lugar. Con muchos menos recursos que los de la realeza española en 1769 cuando comenzó la construcción de la Puerta de Alcalá en Madrid para aislar la ciudad y controlar sus ingresos, en Villa La Paisanita, se adoptó una medida similar. El camino de acceso fue cerrado, con una pala mecánica se extrajeron montículos de tierra que fueron colocaros para inhabilitar el paso de vehículos y se instalaron en algunas zonas tranqueras, cuyas llaves fueron repartidas a los vecinos.

“Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso” decía Albert Camus en 1947. El miedo al otro despierta actitudes de egoísmo, de reclusión y de defensa a cualquier precio. Individualismo en su máxima expresión. Y sin embargo, es el individualismo el que más posibilidades tiene de llevar a la humanidad hacia su extinción. Si todos los médicos se quedan en aislamiento para evitar contagiarse, no existiría quien pudiera curar a los enfermos en la pandemia. Si un exiguo porcentaje de la población acapara todo el alcohol en gel y jabón de una ciudad, la mayoría estará sin acceso a esos elementos de higiene y el virus circulará libremente. Si no hay medidas que le garanticen la alimentación de su familia al trabajador informal que debe salir a la calle a ganarse el pan de cada día, él saldrá a rebuscárselas y el virus podría acompañarlo. La única alternativa es la cooperación y la solidaridad.

“Pensaba en cosas como <Si el mundo es tan malo, ¿realmente quiero vivir en él?> Pero luego, de la nada, escuché sobre dos personas, en otra parte del país que me estaban cuidando y que estaban arreglando las cosas. Más que nada, fue oír sobre ustedes lo que cambió las cosas” explica Marie Adler hacia el final de la miniserie. Su vida de apocalipsis zombie ha cambiado y lo ha hecho fundamentalmente porque, en medio del desastre, hubo personas dispuestas a ayudar a los demás. Afortunadamente, la solidaridad no es solamente ficción.

Paula Díaz vive en Villa del Prado. Lleva meses juntando dinero a través de rifas o colectas para poder costear los gastos de traslados y tratamiento médico de su hijo Yonathan, de casi dos años. El bebé estuvo numerosas veces en terapia intensiva por una enfermedad y tiene una vía abierta a los pulmones. Esta semana, debería haber sido intervenido quirúrgicamente, pero la operación se pospuso por el riesgo que implicaría sacar al niño de su casa en medio de la pandemia. Sin embargo, a pesar de los motivos que podría tener para recluirse en su propia realidad, la mujer compartió una publicación ofreciendo ayuda a quienes la necesitaran. “Si alguien no está trabajando, no recibe ayuda del gobierno y en algún momento se le termina la comida, ¡¡¡por favor!!! Léanme bien, ¡¡¡por favor!!! No se acuesten sin comer, escríbanme sin miedo que de lo poco o lo mucho que tenga estaré para brindarte alimento… ¡¡¡Aunque sea un pan!!!”. Y no es la única, la iniciativa es una cadena que numerosos perfiles en las redes sociales compartieron.

Por otra parte, hay modistas que colaboran con la confección de barbijos para aquellas personas que deban trabajar en la salud, gente que ha donado elementos al Hospital Arturo Illia, docentes que ofrecen colaboración con tareas escolares, psicólogos que proponen realizar videollamadas a quienes sufran crisis de angustia u ansiedad por el encierro, jóvenes dispuestos a hacer mandados a sus vecinos que pertenecen a grupos de riesgo y muchos más.

Sin dudas, es más fácil enfrentar a un ejército de zombies en grupo, colaborando con los demás que cada uno por su parte. Afortunadamente, frente al riesgo del apocalipsis del individualismo, numerosas personas dan batalla desde sus trincheras con la solidaridad y la empatía como grandes armas.

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