¿Hay un asesino impune?

A cinco años del crimen del cura

Edición Impresa 04 de octubre de 2020 Diario Sumario

El pasado 29 de agosto se cumplieron cinco años del asesinato del sacerdote Luis Jesús Cortés. “El crimen del cura”, como trascendió periodísticamente, no sólo fue uno de los hechos de sangre más resonantes de la historia de Alta Gracia. Sacudió la modorra de la ciudad y ganó las juglarescas pantallas de los canales de la televisión porteña.


La tarde de aquel fatídico viernes algunos vecinos de barrio Poluyán acudieron presurosos hasta la casa del párroco, alarmados por el humo que salía por la casi entreabierta puerta del frente. El primero que ingresó a la vivienda de calle 3 de febrero 12 -a oscuras y sofocado por el humo- tropezó con el cuerpo inerte.


Los detalles del homicidio resultaron estremecedores. El religioso fue reducido a golpes, maniatado en el suelo, donde se lo siguió golpeando para luego estrangularlo con un cinturón. El posterior incendio intencional buscó borrar las huellas del robo y la violencia extrema. 


El gélido informe de la autopsia determinó que la muerte se produjo por “asfixia mecánica por lazo”. Durante el juicio celebrado un año después, la colmada sala de audiencias se estremeció cuando el fiscal Diego Albornoz ocupó el centro de la escena y en dirección al Jurado Popular -con su cuerpo arqueado hacia atrás- imitó lentamente el esfuerzo del asesino tironeando hacia arriba con la cinta mientras con su pie derecho simulaba aplastar contra el piso la cabeza de su víctima.


En su ensayo “Matar no es fácil”, el popular juez español José Antonio Vázquez Taín parte de los siete pecados capitales para adentrarse en sórdidos crímenes ibéricos y analizar el sin fin de pormenores que llevan a la captura de un asesino. Siempre hay algo que no sale como estaba planeado. Y no fue la excepción el caso del cura de Alta Gracia.


Cortés -a quien todos los testimonios sindicaron como un hombre muy precavido- habría ofrecido resistencia. Ya en la instrucción llevada adelante por el entonces fiscal Emilio Drazile se da cuenta de un intento de defensa con un estoque oculto dentro de un bastón. Su cuerpo fue hallado en el piso, con las manos atadas a su espalda con varias vueltas de cinta de papel. La infortunada víctima no soltó el bastón, cuyo mango se habría quebrado en un supuesto forcejeo. Ambas partes del bastón quedaron en las manos atadas del párroco.


De la posición del cuerpo: surgieron preguntas que nadie se hizo durante el juicio concretado en 2016.


¿Por qué Cortés sostenía el bastón con las manos a su espalda?


¿Fue golpeado antes de poder sacar el supuesto estoque?


¿El agresor que lo golpeó de frente tuvo tiempo para dar vuelta el cuerpo y atarle las manos sin quitarle el bastón que sostenía?
Las marcas en el cuello de la víctima indicaban que fue estrangulado con una soga, también posiblemente desde atrás ¿Lo hizo el mismo atacante que golpeó y maniató al sacerdote?


Por aquel entonces, ya en la instrucción de Drazile no se descartaba la participación de más de un atacante.


El Jurado Popular y el Tribunal encontraron culpable del atroz crimen a Edgar Ariel “Pinguchi” Díaz, quien a los 26 años fue condenado a cadena perpetua y desde entonces se encuentra alojado en la cárcel de Bouwer. En la sentencia, tampoco se descartó la participación de más agresores. Sin embargo, ya había un condenado.


La sensación generalizada fue que se había hecho justicia. 

En el nombre del padre

“Pinguchi es inocente” escribió alguien con enormes y prolijas letras a lo largo de más de 50 metros de muro sobre la avenida Hipólito Yrigoyen. La pintada sintetizaba la visión de algunas personas que miraban con recelo el rapidísimo esclarecimiento de aquel crimen que había expuesto necesidades políticas por comunicar seguridad.


Durante el juicio oral y público de 2016, el único condenado protagonizó un recordado careo con su padre, Jesús “el gringo” Díaz. Y una hermana de Pinguchi fue desalojada de la sala por gritar a viva voz que el asesino había sido el padre del acusado.
El testimonio de Jesús contra su hijo fue una de las pruebas que llevaron a la sentencia.


El “Gringo Díaz” -hombre con antecedentes penales en asaltos violentos- se había reinsertado en la sociedad tras cumplir muchos años en la cárcel, y hasta había logrado entrar a trabajar en la Municipalidad de Alta Gracia, en el área de Maestranza.


El pasado 31 de octubre el comerciante Norberto Allende fue víctima de una entradera protagonizada por un grupo de delincuentes en su casa de Barrio Parque Virrey. Una vez dentro de su domicilio, Allende fue salvajemente golpeado. Por ese asalto-del que pronto se cumplirá un año- cayó detenido “El gringo” Díaz. La causa quedó a cargo del fiscal Alejandro Peralta Ottonello, ya fue elevada a juicio y se espera la convocatoria a las audiencias.


Frente a la detención de su padre, desde la cárcel Pinguchi volvió a la carga: "Mi papá me mató en vida, y ahora va preso por un delito donde actuó igual que en el homicidio del sacerdote", dijo en una entrevista en la que intentó despegarse del crimen del cura: "Necesito que reabran mi causa, yo no quiero salir inocente, quiero que se me responsabilice por encubrimiento o por lo que consideren que sea correcto, pero no por homicidio, porque no lo hice”, insistió el año pasado.

 

¿Un asesino impune?

De la investigación de la entradera de la que fue víctima Allende no surgieron elementos que conectaran esa causa con el crimen del cura Cortés, según informó Peralta Ottonello. Tampoco pesaron los antecedentes penales de “El Gringo” Díaz, por ser muy antiguos. Será juzgado por el asalto del año pasado y hasta el momento de la sentencia, a Jesús le cabe la presunción de inocencia.


Tras la condena de Edgar Ariel “Pinguchi” Díaz -y con los elementos que contaba por entonces- la Justicia no avanzó en ese caso. Tampoco nadie aportó nuevos elementos que permitieran profundizar aquella investigación.


A cinco años de un crimen que conmovió a Alta Gracia, la sombra de la duda no se disipa: ¿Un único atacante asesinó a Luis Jesús Cortés?
 

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