El color de La Paz

EDICIÓN IMPRESA

Edición Impresa 01 de diciembre de 2019 Diario Sumario

Por Andrés Cottini
De Nuestra Redacción

La Paz es un caos. Las calles angostas se pueblan de minibuses, gente que va y viene, que grita, que vende y que compra, que baila en la calle, que asiste de a montones a los mercados y que desfila en los aniversarios de la ciudad. Cada barrio tiene por lo menos un mercado y en ellos cientos y cientos de personas compran verdura, fruta, coca, quesos, carne y tecnología. Las calles del centro son angostas y están repletas de pequeñas camionetas Vans que funcionan como minibuses. Cada 10 segundos, una seguidilla de bocinas consulta a los transeúntes si desea ser trasladados. La orquesta es enloquecedora y si el sol de las 15 está presente, los 3600mts de La Paz, se hacen sentir en la nuca. “Fricasé fricasé”, grita una mamita en la calle e invita a entrar a un restaurante improvisado en pleno casco histórico. Las “cholitas” o “Mamitas” son las mujeres indígenas aymaras que se ven en la calle trabajando, vendiendo y engrosando las marchas. Visten con ropas largas y coloridas, sombrero, trenzas hasta la cintura y un poncho con el que se cubren o cargan a un bebé. Insistentes a la hora de vender, más que nada a extranjeros.

Pero el 11 de noviembre, un día después de la anunciada renuncia de Evo Morales aduciendo un “Golpe de Estado” de las Fuerzas Armadas Boliviana, la ciudad amaneció desierta. “No había un comercio abierto, no había gente en la calle, no había movilidad, no estaban los teleféricos, los mercados estaban cerrados con candado y alambre de púas. Fue muy impresionante”, cuenta Azul Moyano, vecina de Villa la Bolsa quien estuvo en La Paz desde el 8 de septiembre hasta el 17 de noviembre cuando la situación de extrema violencia la llevó a buscar la salida de la ciudad. 

Azul es música y su viaje al altiplano tenía que ver con trabajo. La travesía comenzó por tierra en ómnibus hasta Salta y de ahí, otro directo a La Paz donde ya tenía un circuito más o menos elaborado de restaurantes, mercados y comedores donde hacer música. Junto a Jurko, el otro músico con el que trabajaba, dormían en un hostal céntrico y fueron testigos de la convulsionada situación que se vivió en La Paz, uno de los epicentros donde se desató la mayor represión en los primeros días después del Golpe de Estado en Bolivia. 

Azul trabajaba al mediodía y en la noche. Al principio no había ningún problema pero a partir del 21 de octubre, se empezó a percibir un ánimo convulsionado: “Comenzaron las protestas por parte de la oposición. No eran muchas personas pero estaban en distintas partes de la ciudad. Por lo general era ‘gente bien’ o estudiantes que ponían una cinta y cortaban la calle. Sobre todo estaban en la zona sur, donde está la plata en La Paz”. Las manifestaciones se hicieron cada vez más frecuentes con marchas y contramarchas pero para Azul, que vivía en un hostel de la zona céntrica, la situación se volvió alarmante el 31 de octubre: “La noche de halloween fue la primera vez en la que se puso más violento. Escuchamos gritos en la calle y dos chicos del hostal salieron a la plaza San Francisco. Ahí vieron como tres personas le estaban pegando a una cholita embarazada y le decían: ‘indios vayansé de nuestro país, Kolla de m…, Evo es un dictador’ y otras cosas así”.

Esa noche, la policía lanzó gas pimienta y se disolvió la manifestación y los niños, disfrazados, se fueron llorando a sus casas. Todavía no sucedieron las elecciones pero con la renuncia de Evo Morales, ya estaba todo muy peligroso. “El lunes, después de la renuncia, hubo una gran represión a los manifestantes que venían del Alto. Yo estaba con mucho miedo porque entraba gas a mi habitación, había gente herida gritando en la calle y otra que entraba al hostel a refugiarse. No sabíamos qué iba a pasar con los militares que estaban en la puerta, se veía fuego en el asfalto, se escuchaban tiros y pasaban los aviones de las fuerzas armadas muy cerca. Era aterrador. Lo único que hacíamos en esos días era ver si conseguíamos algo de comida y volvíamos rápido al hostal”.

El miércoles 13 de noviembre, tres días después de la renuncia de Morales,  Azul decidió ir a la Embajada junto a otros argentinos. Allí, les dijeron que iban a ayudarlos para que salgan por tierra, les dieron unos víveres y le pagaron el hostal. “Nosotros habíamos intentado ir a Perú, pero estaban todas las rutas cortadas e incluso no había venta de gasoil”. Ese mismo miércoles, Azul Moyano junto a Jurko salen del hostal y fueron a la casa de una amiga en zona sur. Ahí pudieron percibir la otra cara del conflicto: “No lo podíamos creer. Pasaban los militares y la gente los aplaudía y los saludaba”.

En ese contexto, en dos ocasiones fueron a movilizaciones a favor de Evo: “En las marchas la gente nos agarraba y nos pedían que los filmemos porque los medios no contaban nada. Ni siquiera estaban presentes”. Mientras tanto, seguían yendo a la Embajada. Ya eran aproximadamente 20 argentinos con el mismo problema: querían salir a como diera lugar de Bolivia. “Les pedimos que nos saquen en avión y nos decían que estaban negociando con una empresa. Que nos podían dejar en Potosí o Tarija y nosotros teníamos que ver cómo salir de ahí. Dijimos que no, que por lo menos nos lleven hasta Salta. Nos dijeron que no y que no los llamemos más ni vayamos, que estaban estresados. Nos cansamos de esperar y decidimos activar las cosas por otro lado y pedir ayuda a amigos”.

Mientras tanto, Azul se enteró que en el hostal donde había estado hacía algunos días, la policía había entrado y se había llevado a un argentino por 4 horas: “Lo torturaron y le pidieron información porque pensaban que era periodista. Le preguntaban para qué medio trabajaba y eso. El chico no quiere dar testimonio pero fue así. Otros dos amigos brasileros con los que estábamos eran periodistas y se fueron porque les dijeron que estaban buscando periodistas para llevárselos”.

Un poco más a salvo en zona Sur, Azul,  Junko y otra persona más tuvieron un úlltimo gran susto la noche antes de irse: un móvil policial estuvo en la puerta durante tres horas. Resulta que la casa en la que se estaban refugiando pertenecía a una funcionaria del Mas (Movimiento al Socialismo). Finalmente, Azul consiguió que una amiga de su madre y Junko y una tía, pusieran la tarjeta de crédito para comprar los pasajes en avión. El domingo 17 de noviembre, la vecina de Villa La Bolsa salió del Alto de La Paz rumbo a Santa Cruz y desde ahí fue a Buenos Aires donde llegó sana y salva. Hoy, todos los episodios parecen una lejana anécdota pero en forma permanente, desde su muro de Facebook se solidariza con la situación que se vive en Bolivia porque ella, como cientos de miles de paceños, vivieron la violencia del Golpe de Estado en carne propia. 
 

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