Artesana de la plaza ganó el premio de La Noticia Es Cuento

Cultura 21 de agosto de 2009 Diario Sumario
Sandra Bertone, artesana y vecina del Bº Liniers de Alta Gracia, es la ganadora de la edición 2009 del Concurso Provincial La Noticia Es Un Cuento y se adjudicó el premio mayor de 1.500 pesos fijado para este certamen. El trabajo de Bertone, de 40 años, fue elegido entre unos 40 cuentos presentados en esta ocasión, que reunió a participantes de Alta Gracia, Córdoba, La Serranita, Potrero de Garay, Despeñaderos, Lozada, Santa Rosa de Calamuchita, Villa Carlos Paz, San Marcos Sierras, Cosquín, Laboulaye y Villa Allende. El Jurado decidió, además, entregar dos menciones especiales, a Raúl Ángel Ontivero (Cosquín) y a Alejandro Grossi (Alta Gracia), en tanto otorgó también cinco menciones -que según explicó, no hay supremacía de alguna sobre otra- a Néstor Ferrari (Alta Gracia); Marcos Sebastián Navarro Rodríguez (La Serranita); Edgar René Pérez (Alta Gracia); Adalberto Lorenzati (Córdoba); y María Noemí Docampo (Alta Gracia). El pasado 14 de agosto se llevó a cabo la entrega de premios y certificados, en un acto que colmó la sala principal de la Casa de la Cultura y que contó con la presencia de Cheté Cavagliato, Subsecretaria de Cultura de la Provincia de Córdoba. “Como muchos de quienes no nacieron aquí, y que no vivimos en Alta Gracia por accidente sino por elección, estoy convencido de que esta ciudad tiene muchísimo para mostrar y jugar provincial y nacionalmente. La participación de concursantes de tantas y tan diferentes regiones de la provincia en esta tercera edición de La Noticia Es Un Cuento es clara muestra de que la cultura debe y puede ser uno de los imanes principales de Alta Gracia”, dijo Jorge Conalbi –director de Sumario, el diario de los viernes- al abrir el acto. Conalbi, además, agradeció el apoyo de la Municipalidad de Alta Gracia, “gracias al cual este concurso ha pegado un salto grandísimo apenas en su tercera edición, propagándose en toda la provincia”, aseguró. En nombre del Jurado, Norberto García Yudé destacó la gran participación y la pasión por la escritura, “en pleno auge cybernético”. “Estamos rodeados”, el cuento de Bertone -que se publica en la página 16 de la presente edición- reúne en la ficción buena parte de los miedos actuales de la sociedad, los peligros que la acechan y tenebrosos resabios del pasado reciente. A continuación el texto completo del cuento ganador: Estamos rodeados Por Sandra Bertone (A Juan Cuevas y sus hormigas) El motor dio un quejido de reclamo sindical y se plantó. La pala mecánica quedó encajada en el pecho de la ladera con sus dientes llenos de rocas y la tierra húmeda cayendo como sangre por coagular. Un algarrobo que perdió parte de sus raíces supo que no iba a sobrevivir al próximo viento norte. Lloró. Sus vainas aún sin dorar se lanzaron al suelo estrepitosamente y la mitad cayó sobre la boca asesina de la pala. El silencio del motor les sonrió a los pájaros y una bandada de loros festejó el fracaso del depredador. -¡Qué complicación! Ahora cuando vengan y vean que no avanzamos nada, vamos a estar en problemas. Encima el celu no tiene señal como para avisarles… El que habló, un hombre delgado de ojos pequeños miraba la pantalla inútil del teléfono móvil. - Cuando vean que no bajamos van avenir a buscarnos. - ¿Vos decís? - ¡Seguro! El sol del mediodía sacó de paseo a las serpientes y a las iguanas; el agua que tenían estaba tibia, pero era la única. Sentados al sur de la máquina no lograban relajarse, a pesar de que el calor los adormecía. - Y no llaman che ¡Ah! Cierto que no tenemos señal. - Tanto celular caro y ahora no nos sirve. - Pero no es culpa del aparato, son las empresas que no ponen antenas. - ¡Ah sí! Acordate que cuando pusieron una acá cerca los ecologistas la hicieron sacar. - No me hagas acordar de eso ahora, me rompe las bolas el calor, no tener señal y vos que te ponés a hablar de política. Eso fue por culpa del intendente que es un cagón. - ¡Qué decís, gil! Los ecologistas la hicieron sacar. - Eso es falta de autoridad; lo hecho, hecho estaba. - Mirá, hoy me jode que no esté la antena pero creo que estuvo bien, parece que tiran unas ondas raras… - ¡Raro sos vos! Si estuviera esa antena yo no me estaría cagando de calor, menos mal que aunque sea tengo jueguitos. El sol siguió amarillo y feliz en el cielo. La siesta se deslizó serpenteante entre los párpados sudorosos de los dos hombres. Vino la tarde y luego el ocaso, seguro de su próxima noche. Los hombres supieron que debían moverse. - Busquemos el camino por donde trajimos la máquina; en unas horas llegamos al valle. -¡SÍ! Estos mal nacidos me van a escuchar. Dejarnos acá sin agua, sin… -¡Ya callate y vamos! Despacio para no cansarnos más de lo que estamos. - Tengo sed. - Yo también. Pero si seguimos hablando es peor. - Tenés razón. Cuando tenés razón, tenés razón. - … - Hijos de puta. Dejarme acá. - … - Pero ya van a ver… - … Los dos hombres empezaron a bajar el cerro, con gran dificultad porque la luna aún no asomaba y el sol no terminaba de llevarse su luz a otro lado. El camino parecía el que los había llevado en el ascenso. Parecía. Había muchos árboles bajos con espinas en los costados y piedras en punta que no se veían; el instinto los llevó sendero abajo hasta que vieron un resplandor a la derecha y supieron que su dios los había guiado. Sin dudar avanzaron por un camino de tropezones y caídas hasta llegar a los límites de un rancho. Salieron los perros sin esperar a ser llamados. Les obligaron a retroceder como veinte metros entre los churquis. Arañados y sedientos pidieron a gritos ayuda. Una ventana sopló algo de luz hacia fuera y una persona con una linterna en su mano alumbró a los hombres. -¡Qué pasa ahí! Gritó. -¡Hey! ¡Hola! Por favor. ¡Agua! -Somos de la constructora, nos perdimos. -Se nos rompió la máquina. -No nos vinieron a buscar. -Tenemos sed. -Si quieren agua, ahí está el pozo. Tomen lo que quieran si los perros los dejan. El balde frío de metal, húmedo de agua estaba sobre el aljibe. Se lo turnaron con inteligencia. -¡Aj! Me tragué algo ¡aj! ¡Pero qué sed por dios! ¡Que rica agua! - ¡Gracias a dios por el agua!... - Ahora podemos seguir. -¡Aguantá!, le pidamos una botella para llevar agua para el camino. - ¡Hey don! ¿Tiene una botella que nos dé? - Fíjense en el patio; si encuentran agua agárrenla, pero no se acerquen a la casa. - ¡Viejo de mierda! ¿Qué se piensa? ¿Qué le vamos a robar? - Fijate, apurate, estos perros nos van a terminar mordiendo. - Sí, acá hay algo que parece un bidón. - Olelo, que no sea nafta y enjuagalo. - … -¿Listo? ¡Vamos! Y los dos hombres, refrescada su garganta volvieron al sendero que los llevaba al camino. La luna todavía estaba escondida. Parecía que en el otro valle había un incendio por el res-plandor y el aire enrarecido. Esos los puso muy nerviosos. Si soplaba viento y se les ponía en contra estarían en problemas más graves, así que sacando fuerza de donde no tenían apuraron el paso. Encima de ese lado del cerro no podían ver las luces de la ciudad y ya (no lo querían reconocer) no estaban muy seguros del rumbo que habían tomado. A las horas de andar nada mejoraba. Bebieron agua, descansaron unos minutos y siguieron. - ¿Qué hora será no? - No sé, pero si no hubieras gastado la batería del celular con los jueguitos… Siguieron un tramo más en silencio hasta que el chofer de la máquina le dijo al hombre delgado que sentía nauseas y dolor de garganta. Al rato empezaron asentir el ruido de un arroyo. - ¡Al fin! Ahora lo seguimos y antes que salga el sol estamos en casa. Pero no pudieron. El arroyo era real, pero estaba detrás de una alambrada olímpica y no se sabía bien para dónde iba. El hombre que sentía nauseas se agarró del alambrado y vomitó. Un mareo lo tiró contra el tejido. Eso disparó la alarma. Los perros comenzaron a ladrar a lo lejos. El chofer, (ahora sin su pala mecánica, desvalido) se desplomó al suelo. Contra el alambre quedó su cabeza y no se pudo levantar. El otro, el delgado, pensó en pedirles ayuda a los guardias que pronto llegarían. Pero se acordó de un conocido de su padre que trabajaba en seguridad de un barrio cerrado, y prefirió seguir. No tenía buenas referencias del Toro López y nunca le parecieron saludables sus técnicas de persuasión. Se volvió hacia la izquierda, hacia donde le pareció que bajaba el arroyo, y sujetando fuerte el bidón con agua, apretó el paso todo lo que pudo. Pero los autos de los guardias parecían venir de frente, así que se metió al monte y buscó un lugar donde esconderse. Se acostó bien pegado al suelo y rezó; no era muy creyente pero ahora tenía miedo. Nunca supo si se durmió o se desmayó, pero sí supo que apareció alguien ante él, tratando de ayudarlo. Era una mujer mayor con las manos arrugadas, que le tocaba el rostro. Ella hablaba en idioma raro. Entonces él supo que no había amanecido, que esa luz no era el sol y que ese idioma tenía traducción; la mujer le habló de sombras que persiguen, de sombras filosas como espadas que se nos enredan en las entrañas y tiran y tiran porque saben que estamos hechos de su misma medida. La mujer decía algo de la sombra de la espada… …………de Jerónimo Luis Empezaron a bajar el cerro Cabezas de indios Como ruedas de carnes Como ruedas de brazos Como ruedas de carros. …………Y la mujer continuaba… Con el padrecito trayendo la palabra La palabra de muerte, enterrando la cruz En el pecho virginal de mi tierra inocente De mi tierra solidario y sólida. ………Y ahora la mujer lloró… De mi tierra que hoy vomita sangre Vomita hijos pequeños con piernas desba-lanceadas Como las tuyas. Hijos con el corazón relleno de detritos, de basura inmortal Hijos de murciélagos bípedos que mean sus sueños Antes de cada amanecer. La policía comenzó a buscarlos cuando el dueño de la constructora se dio cuenta de que no habían vuelto. Uno de los socios que vivía en el barrio privado les dijo que se fijaran por el límite sur, que a la noche le pareció sentir ruidos. Siguiendo más o menos el rastro por la alambrada no encontraron nada, pero se lo encontraron a él tirado en el piso, temblando y sudando. Al hombre delgado. A su lado, caído y destapado, un bidón de agroquímicos con un poquito de agua. Tuvieron que internarlo. Los meses que le llevó la recuperación le arrancaron toda la paz de su corazón. No podía sentirse agradecido; sentía culpa. ¿Dónde estaba su compañero? ¿Por qué no lo habían encontrado? Si él lo dejó caído en la cerca, cuando tuvo miedo, cuando se sintió rodeado, cuando se acordó de golpe del Toro López.
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